Una historia de mucha perseverancia
Nala y Amina eran amigas desde pequeñas y compartían el sueño de estudiar y mejorar sus vidas. Iban juntas a la escuela, que era una pequeña cabaña con un solo maestro y unos pocos libros. Allí aprendían a leer, escribir y hacer cuentas, y también algo de historia y geografía. Pero lo que más les gustaba era la ciencia, porque les abría un mundo de posibilidades y descubrimientos.
En una aldea de África, ahí rodeada de un paisaje árido y desolado se encuentra la aldea de Migara. Casas eran de barro y paja, y las calles de tierra y polvo. Sin agua corriente ni electricidad, y la gente se dedicaba a la agricultura y la ganadería de subsistencia. Ahí, en esa aldea viven Nala y Amina.
Nala y Amina eran amigas desde pequeñas y compartían el sueño de estudiar y mejorar sus vidas. Iban juntas a la escuela, que era una pequeña cabaña con un solo maestro y unos pocos libros. Allí aprendían a leer, escribir y hacer cuentas, y también algo de historia y geografía. Pero lo que más les gustaba era la ciencia, porque les abría un mundo de posibilidades y descubrimientos.
Un día, mientras estaban en la biblioteca de la escuela, encontraron un libro sobre paneles solares. Era un libro viejo y gastado, pero lleno de ilustraciones y explicaciones sobre cómo funcionaba la electricidad y la energía solar. Las niñas se quedaron fascinadas y decidieron llevarse el libro a casa para leerlo con más calma.
Así empezó su aventura. Nala y Amina se propusieron instalar un panel solar en su aldea para llevar luz eléctrica a sus familias y vecinos. Sabían que era una tarea difícil, pero no se dejaron intimidar por los obstáculos. Se pusieron a investigar y a recoger materiales que podían servirles para su proyecto. Cada día, después de la escuela, iban al basurero, donde los camiones de la ciudad tiraban todo tipo de desperdicios. Allí encontraban pequeños paneles solares que iban instalados en calculadoras, relojes, linternas y otros artículos que ya no funcionaban. También encontraban baterías, cables, bombillas y otros componentes eléctricos. Con todo eso, hacían pruebas y experimentos, siguiendo las instrucciones del libro y usando su ingenio.
No estaban solas en su empeño. Otros niños de la aldea se unieron a ellas y les ayudaron con el trabajo. También contaron con el apoyo de sus padres, que aunque no entendían muy bien lo que hacían, confiaban en su inteligencia y su entusiasmo. El maestro también las alentaba y les daba consejos y orientación. Así, poco a poco, fueron avanzando y aprendiendo, y con cada avance se acercaban más a su objetivo.
Pero no todo fue fácil. Un día, llegaron los guerrilleros a la aldea. Eran unos hombres armados y violentos que venían a reclutar a los jóvenes y a robar lo poco que tenían. Interrumpieron la vida diaria de los habitantes, los amenazaron y los maltrataron. Estuvieron una semana y luego se fueron, dejando destrucción y miedo. Lo peor fue que quemaron la biblioteca de la escuela, donde estaba el libro de las niñas. Nala y Amina se quedaron sin su guía y sin su esperanza. Se sintieron tristes y desanimadas, y pensaron en abandonar su proyecto.
Pero un mes después, ocurrió algo que les devolvió la ilusión. El hermano mayor de Nala, que trabajaba en la ciudad, volvió a la aldea con una sorpresa. Había encontrado otra copia del libro sobre paneles solares en una librería de segunda mano, y se la había comprado para regalársela a su hermana y a su amiga. Las niñas no podían creerlo. Era el mismo libro, con las mismas imágenes y las mismas palabras. Era como si el destino les hubiera dado una segunda oportunidad. Las niñas se abrazaron y agradecieron a su hermano. Decidieron retomar su proyecto con más fuerza y determinación.
Pero aún les quedaba un gran desafío. Después de haber practicado con los pequeños paneles solares, querían pasar a probar con un panel solar grande, que pudiera generar suficiente electricidad para toda la aldea. Pero se dieron cuenta de que un panel de ese tipo tenía un precio muy elevado, y que no podían pagarlo. Sus familias eran pobres, y los aldeanos también. Pedir su ayuda era muy difícil, y nadie les iba a prestar dinero. Así que desistieron de su idea y se resignaron a seguir con lo que tenían.
Pasaron tres meses, y un día, uno de los vecinos llegó corriendo y gritando a la aldea. Llamó a las niñas y a sus padres, y les pidió que le acompañaran. Les llevó al basurero, y allí, entre unas maderas, les mostró lo que había encontrado. Era un panel solar grande, descartado por algún motivo. Estaba bastante sucio y tenía algunos rasguños y golpes en su estructura, pero parecía estar entero. Las niñas no lo podían creer. Era el panel que necesitaban, el que habían soñado. Lo sacaron, lo llevaron a la aldea, lo limpiaron y lo examinaron con cuidado. Recurrieron a su libro y a otras revistas sobre el tema que habían conseguido, y se devoraron todo lo que encontraron. Aprendieron cómo conectar el panel, cómo regular la tensión, cómo almacenar la energía, cómo distribuirla. Se pasaron días y noches trabajando, con la ayuda de los otros niños y de algunos adultos. Hasta que por fin, llegó el momento de la prueba.
Fue un día histórico para la aldea. Nala y Amina conectaron el panel solar a un poste con una bombilla, y esperaron a que el sol se pusiera. Cuando la oscuridad cayó, accionaron el interruptor. Y entonces, la luz se hizo. La bombilla se encendió, iluminando la noche con un brillo cálido y suave. Las niñas y los demás se quedaron boquiabiertos, y luego estallaron en aplausos y vítores. Lo habían logrado. Habían llevado la electricidad a su aldea. Era un milagro, un sueño hecho realidad.
La noticia se extendió por toda la región, y pronto llegaron visitantes de otras aldeas y de la ciudad, para ver el panel solar y la bombilla. Todos quedaron impresionados y admirados por el trabajo de las niñas y sus amigos. Algunos les pidieron que les enseñaran cómo hacer lo mismo, y otros les ofrecieron ayuda y recursos para ampliar su proyecto. Nala y Amina se sintieron felices y orgullosas. Habían demostrado que con esfuerzo, conocimiento y pasión, se podía cambiar el mundo. Y ese era solo el principio.